Y apareció en la Plaza de San Pedro. Sus palabras y sus gestos fueron como una semilla llamada a crecer en un gran árbol, como una pequeña caricia del Amor de Dios para irradiar todos los confines de la tierra, en los corazones de todos los hombres. Su impacto fue tal, que hoy día, comprobamos que aquella semilla ha crecido y la caricia de Dios ha encontrado eco en sus gestos, en sus palabras y en toda su persona, eco de agradecimiento en todos los hombres de buena voluntad.
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